Miedo no, respeto

Siento una incómoda presión en el pecho estos días que no sé qué quiere que diga, o que más bien sí lo sé, pero hago que no quiero saberlo y así enrevesar un poco el asunto. Ni yo ni nadie puede decir lo que quiera cuando quiera por ese respeto que hay que tener a los demás y que yo tengo hacia mí mismo. Y cuando digo respeto lo digo en ese tono que utilizan los deportistas para referirse a sus rivales con la clásica frase: «Miedo no, le tengo respeto». Palabras que sólo confirman lo acojonado que se está en el momento. Me tengo tanto respeto que me da pesadillas, no soy capaz de dormir sin que los sueños me nublen la cabeza, y esto no lo digo en el buen sentido de soñar, lo digo en el sentido literal, sueño casi todas las noches, alguna vez incluso hablo dormido. Hablar francamente no significa no estar haciendo alguna gilipollez. Yo soy muy de hablar en serio, pero de hacer gilipolleces también. A veces es inevitable que al hablar tan sinceramente alguien lo perciba como alguna locura o tontería, que no entienda la finalidad del mensaje, o que no quiera entenderlo. A menudo me dicen que no saben cuando exagero y cuando hablo en serio. Que diga que estoy teniendo el mejor o peor momento de mi vida obviamente es una exageración, pero no quiere decir que no lo sienta así. En cualquier caso es mi culpa por escribirle cartas a quien no sabe leer, o no quiere. He hecho muchas locuras con toda la intención del mundo y como resultado la mayoría acabaron en mi vergüenza, aunque no me arrepiento casi de ninguna. El límite entre la locura y la gilipollez se encuentra cuando la locura pasa de ser algo privado y contemplado por personas selectas, a ser algo observado por la masa, deformando su significado y finalmente destruyéndolo. Ni hacer locuras puedo ya, como para no estar enfadado, con lo bien y mucho que me enfado yo. Soy capaz de enfadarme con el mundo durante semanas por nada, por todo en general o por alguna gilipollez en particular. Las gilipolleces son algo cotidiano, me sumerjo en ellas, es posible que todo esto sea una gran gilipollez. Llega un punto en el que odio con y sin razón, tener razones para odiar algo invita a odiar sin más, incluso hacerlo sin ningún motivo puede resultar de lo más divertido. Gruño porque de sonrisas ya vamos sobrados, estoy harto de escuchar a los flower powers hablar de la bondad de las personas. Este mundo merece ser odiado, por eso también sé querer bastante, aunque me gusta más hacerlo a ratos y entre líneas. Cuando quieres demasiado te juegas tu integridad, en todos los aspectos. Yo quiero cuando las circunstancias me lo permiten o cuando no me queda otra, pero por lo menos lo hago de forma sincera e intensa. Tan intensa que a veces se confunde y da mucho respeto. Después de tanta palabrería lo único claro es que no he dicho lo que quería decir.