La competición de fútbol más preciada del mundo, todos los niños sueñan con levantar la orejona. Menos los del Atleti, que sueñan con perder trágicamente la final y sacar pecho de su ADN de sufridores y dramáticos perdedores. Hablo, efectivamente, de la Champions, título que te corona como campeón de los campeones, como rey de Europa. La UCL se disputa de febrero a mayo, teniendo su particular pretemporada de septiembre a diciembre, donde ya suena ese himno en los partidos que te hace imaginar la gloria de volver a ganarla. Donde ya se pueden ver a las mejores estrellas del fútbol mundial. Donde te encuentras equipos rivales con nombres impronunciables que tienen el nivel del club de tu barrio. Donde el Barça empieza a marcar goles en fuera de juego y sus rivales a jugar con diez, para que luego a nadie le extrañen los favores arbitrales en el Camp Nou, o un Ovrebo en Stamford Bridge. Pero una vez acabado ese trámite de la fase de grupos y eliminados los equipos de relleno, empieza la Champions.
Febrero, los dieciséis mejores clubes de Europa. Eliminatorias a doble partido a machete hasta que sólo queden dos en mayo y hagan la guerra en alguna ciudad prestigiosa del continente. Eso es la verdadera Champions League, donde el Real Madrid asusta sólo con el nombre, da igual si el club está autodestruyéndose desde dentro. La amenaza de que conquisten el continente por undécima vez es aterradora. El Barcelona en abril empieza a sacar los pasamontañas y las pistolas para atracar a mano armada a toda Europa, mientras la prensa sólo habla de un juego brillante con los pies de los blaugranas, como si el resto de equipos de la historia hubiesen jugado con las rodillas. También hablan de un genio llamado Messi, de un fantasma de Albacete y de Hannibal Lecter rehabilitado, que ha pasado de morder rivales a solamente abofetearlos. Entra en escena Ibrahimovic desde París, que se niega a renunciar a retirarse sin haber reinado en Europa, pero 34 años pesan mucho en esta carrera por el trono. Por estas fechas también resurge la figura de Pep Guardiola, amenazando con secuestrar todos los balones del mundo a base de pases y que no se vuelva a ver un tiro a puerta. Luego también está Casillas… Era broma, no está. Por ahí se encuentra Pellegrini, buscando la fórmula de caer eliminado, de momento no da con la tecla y tiene pesadillas viéndose en la final. Siempre presentes los equipos alemanes dando guerra, como dijo Lineker: «el fútbol es un deporte de once contra once en el que siempre ganan los alemanes». Esta frase ha variado mucho desde que la dijo, el fútbol es un deporte de once contra once excepto si juega el Barça, entonces son once contra diez. Lo de que siempre ganan los alemanes lo cambió el Real Madrid, viajó a Alemania tres veces en 2014 para eliminar a los clubes alemanes de uno en uno.
La competición de fútbol más prestigiosa del mundo se ve otra vez amenazada. Los ladrones de ese país de ahí arriba a la derecha intentan robarla de nuevo con el apoyo de la UEFA. París está hecho para la moda y el glamour, para que fluya el amor y no la guerra del fútbol. Unos hipócritas que residen en el Manzanares intentan conquistarla con el discurso de un hombre al que desearon la muerte, insultaron y se burlaron hasta que se marchó del país. Guardiola intenta dormir a todo el mundo con la posesión para poder agarrar el trofeo sin esfuerzo. Manchester sería una solución perfecta, la salvación de la competición, pero Pellegrini se niega a triunfar, no ha fracasado durante toda su vida para estropearlo ahora. Sólo nos queda el Real Madrid como último bastión del mundo libre.